jueves, 27 de octubre de 2016

El gato ciego

Una fría noche, una joven iba caminando por las oscuras y solitarias calles, de vuelta a casa después de un día de trabajo en el restaurante donde servía, cuando al llegar se encontró una sorpresa en el porche de su casa. Un gato negro, bastante adulto, sucio y con el pelo alborotado, estaba acurrucado en frente de la entrada, resguardándose del frío. Ella se enterneció y se acercó curiosa para verlo mejor. Inmediatamente, el gato despertó alertado por su presencia, levantando la cabeza y mostrando algo horrible y triste; sus ojos estaban velados, de un color azul gélido, sin pupilas, cegado totalmente, seguramente por alguna enfermedad que nunca fue curada al no tener dueño. La mujer, que amaba a los animales, en especial a los gatos, casi se puso a llorar al verlo, y, con cuidado, levantó al felino, que no opuso resistencia, y lo metió en la casa. Allí, ella se hizo cargo del animal, lavándolo, cuidándolo, y dándole de comer.

Unos días después, al volver del trabajo, el gato no estaba. Ella buscó y buscó, por la casa, el barrio, pero nada; el minino había desaparecido. Estaba destrozada, ese gato era su única compañía, y lo había perdido. Se echó en su habitación para tranquilizarse, y se quedó dormida del cansancio.

Al despertar, era de madrugada, la noche era oscura, y la luz de la luna y las farolas de la calle entraba por la ventana. Al intentar levantarse, se dio cuenta de que no podía; estaba atada de las manos y los pies a la cama, con cuerdas y trapos sucios. Gritó por ayuda, intentó zafarse, pero de nada sirvió. Su corazón se le salía por la boca, y mientras pensaba en su desesperada mente cómo había llegado ahí, la puerta se abrió con un chirrido.

Era el gato, el gato ciego, que había vuelto. Se alegró de verlo, pero su alegría se convirtió pronto en temor y pánico; la figura negra del animal se expandió, como una sombra creciendo, tornándose y tergiversándose hasta tomar una altura considerable, y después moldeándose hasta ser una figura encorvada humana.

La negra figura encendió la lámpara de la habitación, mostrándose a sí mismo. Era un hombre viejo, con la tez arrugada y curtida por los años, de pelo escaso y blanco, encorvado y con andar patizambo. Sus ojos eran azules totalmente, velados como los del animal, y a pesar de estar ciego, sentía a la muchacha, acercándose a ella lo más que pudo, para luego decir en una voz ronca y apagada:
- Gracias por haberme acogido, tienes un corazón de oro, lástima que tenga que arrancarlo de tu cuerpo.
La bombilla de la lámpara estalló. La mujer soltó un grito ensordecedor, que fue callado por la mano del viejo. Éste, con la otra, tomó un cuchillo y remató el trabajo.

Días después, encontraron en su habitación el cadáver en estado de descomposición de la joven, con la garganta rebanada. Los ojos y el corazón habían sido arrancados de cuajo con una fuerza bestial.

Nunca más se vio al animal.

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